En 1978, las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término “síndrome del impostor” para describir un fenómeno paradójico: personas brillantes, incapaces de internalizar sus éxitos, convencidas de ser un fraude a punto de ser descubierto. Casi medio siglo después, su contraparte —aún sin nombre oficial— campa a sus anchas en oficinas, redes sociales y gobiernos: son los “impostores sin síndrome”, individuos con escasa competencia, pero una confianza inquebrantable en su valía. Mientras los primeros dudan de méritos reales, estos últimos triunfan con credenciales ficticias.Ocupan espacios de poder y reconocimiento sin merecerlo, pero también sin cuestionárselo ni por un instante. Avanzan imperturbables, convencidos de sus aptitudes, mientras a su alrededor tintinean los dientes y escasean las uñas. Es un perfil complicado, que se escapa a menudo del radar psicológico, aunque hay quien lo radiografía trazando una línea divisoria clara: “El síndrome del impostor nace de un superyó destructivo que nos dice constantemente ‘no eres suficiente’. En el extremo opuesto están quienes han silenciado completamente esa voz crítica, o quizá nunca la desarrollaron”, explica Adriana Royo, psicóloga y autora de libros como Falos y falacias o Autoboicot. Hoy me apetece tocar fondo.Más informaciónRoyo afirma que este nuevo arquetipo ni siquiera experimenta malestar alguno: “No es que finjan seguridad, es que realmente se creen merecedores de lo que obtienen, aunque las evidencias indiquen lo contrario”. Tomás Chamorro-Premuzic, experto en psicología organizacional y autor del polémico libro ¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes?, aporta datos contundentes: diversos estudios demuestran que alrededor del 70% de las personas se considera por encima de la media en liderazgo, cuando estadísticamente solo puede estarlo el 50%. Conocido como ‘efecto Dunning-Kruger’, demuestra nuestra tendencia natural a sobrevalorarnos, habitualmente en áreas donde nuestra competencia es limitada [este sesgo cognitivo puede actuar en sentido inverso, haciendo que algunas personas se infravaloren]. “El problema no es la autoconfianza en sí”, aclara Chamorro-Premuzic, “sino que hemos creado entornos donde esta sobrevaloración no solo no se corrige, sino que es recompensada”. Residente en Nueva York, el profesor de la University College London lo ejemplifica con el mundo corporativo: “En las juntas directivas sigue primando la seguridad sobre la competencia. Un ejecutivo que expresa dudas es visto como débil, mientras que quien habla con arrogancia, aunque diga disparates, inspira confianza”.Estos impostores ocupan espacios de poder y reconocimiento sin merecerlo, pero también sin cuestionárselo ni por un instante.Liubomyr Vorona (Getty Images)Albert Domènech, sociólogo especializado en cultura laboral, amplía el análisis al terreno social: “Vivimos en la era del personal branding, donde cada individuo debe venderse como una marca. En este contexto, los más hábiles no son necesariamente los más competentes, sino los mejores contando historias sobre sí mismos”. El también youtuber, que acaba de publicar la guía Cómo librarte de los mediocres que quieren joderte la vida, señala que las redes sociales han exacerbado esta dinámica: “Plataformas como LinkedIn premian la autopromoción descarada. Ver a personas construyendo relatos épicos sobre logros mundanos ya no es la excepción, sino la norma”. Domènech menciona casos como el de Elizabeth Holmes, fundadora de la empresa de salud Theranos, quien convenció a inversores y medios de que había revolucionado los análisis de sangre con una tecnología que nunca funcionó: “Su poder de persuasión no residía en su conocimiento científico —que era limitado—, sino en su capacidad para proyectar una certeza absoluta”. Lo peculiar de estos performers en alza es que, a diferencia de los estafadores tradicionales, no siempre actúan con mala fe. Tal y como explica Chamorro-Premuzic, “muchos están completamente convencidos de su propia narrativa. No es que mientan conscientemente, es que han reconfigurado su percepción de la realidad para encajar con su autoimagen grandiosa”. Este detalle es crucial: no se trata tanto de un engaño a otros como de un autoengaño sostenido en el tiempo. La psicología denomina a esto “ilusión de superioridad”, un sesgo cognitivo que nos lleva a vernos sistemáticamente mejores de lo que somos. Sobre todo, en habilidades sociales y liderazgo.Y las consecuencias son más profundas. Royo analiza su impacto emocional en los entornos laborales. “Cuando personas incompetentes, pero seguras de sí mismas, son promocionadas por encima de colegas más capaces, pero autocríticos, se produce una distorsión organizacional. Los empleados competentes terminan cuestionando sus propios criterios: ‘Si esta persona tuvo éxito actuando así, ¿estaré yo equivocado en mi enfoque?”, sostiene. Según Domènech, es aún peor: “Se crea un ecosistema perverso donde la autopromoción descarada se convierte en la estrategia racional a seguir, aunque vaya en contra de los valores personales”.Cuando personas incompetentes son promocionadas por encima de colegas más capaces, se produce una distorsión organizacional.Shannon Fagan (Getty Images)En el ámbito político, las implicaciones son más graves. Chamorro-Premuzic estudia cómo ciertos líderes populistas “carecen por completo de la capacidad de autocrítica que caracteriza a los estadistas serios” y, aun así, esta limitación se convierte en ventaja: nunca dudan, nunca retroceden, nunca muestran vulnerabilidad. Esta dinámica, amplificada por redes sociales y medios polarizados, crea un círculo vicioso donde “la sobreconfianza se confunde con fuerza de carácter y la reflexión, con debilidad”.¿Por qué hemos llegado a esta situación? Los especialistas identifican varios factores. En el terreno educativo, Royo critica “la obsesión por proteger la autoestima infantil a toda costa, eliminando cualquier feedback negativo. Los niños crecen sin desarrollar tolerancia a la frustración ni capacidad de autoevaluación realista”. Domènech añade el declive de las humanidades: “Al dejar de enseñar pensamiento crítico, filosofía y ética, hemos creado generaciones hábiles técnicamente, pero analfabetas en cuanto a autoconocimiento”.La transformación se percibe de forma intensa en el ámbito de la cultura. Chamorro-Premuzic lo asocia al famoso “capitalismo de la atención”, donde “el valor ya no reside en lo que eres o haces, sino en cuánta visibilidad puedes generar”. En este contexto, “los impostores sin síndrome son los perfectos productos de su tiempo: vacíos de sustancia, pero brillantes en envoltorio”, anota. Domènech coincide: “Hemos pasado de la cultura del esfuerzo a la cultura del postureo. Ya no importa ser bueno, importa parecerlo”.Instagram, Tik Tok y demás redes sociales actúan como un acelerador. Royo explica cómo las plataformas recompensan la seguridad categórica sobre los matices: “Un tuit contundente, pero simplista obtiene más engagement que un hilo lleno de prudentes ‘por otra parte”, ilustra. Este entorno crea “una ilusión” de competencia: “Quien habla con suficiente seguridad sobre cualquier tema, aunque sea un ignorante, puede construirse una reputación de experto”. Chamorro-Premuzic cita al filósofo Bertrand Russell: “El problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes llenos de dudas”.Nos movemos, además, en un terreno laboral precario. Y eso afila los colmillos. Domènech describe cómo “en entornos competitivos e inestables, los trabajadores aprenden que deben venderse constantemente, exagerando logros y ocultando limitaciones”. Esto crea una cultura donde “la autenticidad se penaliza y la autopromoción desmedida se recompensa”. Chamorro-Premuzic añade que “las empresas, obsesionadas con indicadores superficiales, suelen confundir carisma con liderazgo y seguridad con competencia”.En el capitalismo de la atención, el valor ya no reside en lo que eres o haces, sino en cuánta visibilidad puedes generar.AnVr (Getty Images)¿Hay solución? Depende del camino. En la parcela educativa, Royo aboga por “recuperar el valor pedagógico del fracaso y la crítica constructiva. Enseñar que equivocarse no es vergonzoso, sino necesario para crecer”. Y Domènech insiste en “revalorizar las humanidades y el pensamiento crítico, que nos enseñan a cuestionar no solo el mundo, sino nuestras propias percepciones”. Chamorro-Premuzic se enfoca en las compañías y recomienda “sistemas de evaluación más objetivos, que midan resultados concretos en lugar de impresiones subjetivas”. También sugiere “valorar la humildad intelectual como competencia clave en los líderes”. En este sentido, Domènech propone “mecanismos de feedback genuinos, donde los empleados puedan evaluar a sus superiores sin miedo a represalias”.A nivel personal, Royo aconseja desarrollar lo que llama “autocrítica compasiva”. Es la capacidad de “reconocer limitaciones sin autocastigarse, de aceptar errores sin derrumbarse”. Chamorro-Premuzic, por su parte, recomienda “rodearse de personas que nos desafíen, no que nos adulen. La verdadera confianza viene de superar obstáculos reales, no de ignorarlos”. Pero el desafío es enorme: ciertas dinámicas que aúpan a estos embaucadores están demasiado arraigadas. “Mientras sigamos confundiendo seguridad con competencia, espectáculo con sustancia, seguiremos premiando a los impostores sin síndrome y marginando a los verdaderamente capaces”, resume Domènech. “La buena noticia es que, al reconocer este fenómeno, ya damos el primer paso para contrarrestarlo”, apunta Royo. Quizás, 50 años después del bautizo del síndrome, dejemos que nos dirijan quienes mejor fingen, pero sin sabotear nuestros propios pasos. Buscando un equilibrio entre la crítica constructiva y el azote, propio o ajeno. “Ser autocrítico no significa ser destructivo, y debemos trabajar en huir de todo aquello que nos genere inseguridad. Pero creernos por encima tampoco es una buena opción: la humildad y la honestidad deberían ser claves y estar siempre presentes en todas las decisiones que tomemos”, sentencia Domènech.

Impostores sin síndrome: cuando la incompetencia se viste de confianza | Estilo de vida
Shares: