En apenas un siglo y medio, desde la generalización de la electricidad, se estima que las personas han perdido entre 60 y 90 minutos de sueño al día. La iluminación artificial de las ciudades, cada vez más elevada, y el sobreúso nocturno de dispositivos digitales son dos de las grandes amenazas a las que se enfrenta el sueño, uno de los pilares de la salud humana. La otra es el aumento de las temperaturas. Las noches más cálidas están relacionadas con mayores dificultades para conciliar el sueño y también con un sueño más fragmentado y superficial, con despertares continuos. Según un estudio publicado en 2022 en la revista científica One Earth, debido al aumento de las temperaturas durante las dos primeras décadas del siglo XXI la pérdida fue de una media anual de 44 horas de sueño (el equivalente a casi dos días), en comparación con períodos anteriores. La proyección de los autores del estudio para 2099 —si la intensificación del calentamiento global sigue su curso— es que esa pérdida anual se eleve hasta las 50-58 horas de sueño. Una revisión sistemática sobre la relación entre el calor y el sueño publicada hace un año en la revista Sleep Medicine Reviews concluía que “el aumento de las temperaturas inducido por el cambio climático y la urbanización representa una amenaza planetaria para el sueño humano y, por lo tanto, para la salud, el rendimiento y el bienestar”. Más informaciónLa falta de sueño, de hecho, se relaciona con un descenso de la productividad y un incremento de los accidentes de tráfico y laborales, pero también con el incremento del riesgo de desarrollar múltiples enfermedades, entre ellas las cardiovasculares, las metabólicas, las neurodegenerativas, las mentales y algunos tipos de cáncer. “Según la evidencia científica, sabemos que el calentamiento global ya está perjudicando a la salud de nuestro sueño hoy en día, y que, si no se toman medidas adicionales, estos impactos empeorarán”, sostiene Kelton Minor, investigador del Instituto de Ciencia de Datos de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) y autor principal de los dos estudios citados con anterioridad. Según el experto, esa misma evidencia sugiere que la humanidad “aún no se ha adaptado” a las condiciones térmicas ambientales en las que vivimos actualmente, que en su opinión se han visto agravadas por dos tendencias globales “que no muestran señales de desaceleración”: por un lado, el cambio climático, que está aumentando las temperaturas tanto diurnas como nocturnas en todo el mundo; por otro, el éxodo masivo de las personas hacia entornos urbanos “más cálidos y que retienen el calor en los lugares donde descansamos y vivimos”. A más calor, más riesgo de apnea del sueñoLa pérdida de horas de sueño no es el único efecto del calor sobre nuestro descanso. Según un estudio publicado recientemente en la revista Nature Communications, el aumento de las temperaturas derivado del cambio climático también podría provocar un incremento mundial de la carga de apnea obstructiva del sueño (AOS), un trastorno del sueño por el que la vía aérea superior de las personas se colapsa durante el sueño, provocando el cese de la respiración. Concretamente, según los resultados de la investigación, las temperaturas más altas (27,3 grados de media al día) se asociaron con un 45% más de probabilidad de experimentar AOS durante la noche respecto a las más bajas (6,4 grados); y si el aumento de las temperaturas sigue su curso, para 2100 la carga de la apnea obstructiva del sueño podría llegar a duplicarse e, incluso, a triplicarse. “Las altas temperaturas provocan que no tengamos tanto sueño profundo, que es entre comillas un protector de la AOS, de forma que, a más sueño superficial, más probabilidad de sufrir apneas”, argumenta Carlos Egea, responsable de la Unidad del Sueño de la OSI Araba. Los autores de la investigación calculan que, en 2023, el aumento de la prevalencia de AOS relacionado con el incremento de las temperaturas se asoció con una pérdida de casi 800.000 años de vida saludable y una pérdida de productividad laboral de 30.000 millones de dólares (alrededor de 25.500 millones de euros). “La apnea del sueño no tratada se relaciona con la patología cardiovascular. Pero es que, además, la ausencia de sueño profundo se relaciona con un mayor riesgo de enfermedades neurodegenerativas, así que puede que dentro de unas décadas la apnea del sueño y los problemas de sueño —y no la diabetes, la salud mental, el asma o la cardiopatía isquémica— sean los verdaderos problemas de salud pública para las futuras generaciones”, sostiene el presidente de la Federación Española de Sociedades de Medicina del Sueño (FESMES). “Aunque somos animales adaptativos, hay que ser conscientes de que nos hemos adaptado durante millones de años a un clima y que no vamos a poder adaptarnos en tan poco tiempo a las variaciones provocadas por el cambio climático”, apunta Egea. En el mismo sentido se pronuncia Xavier Basagaña, investigador del Instituto de Salud Global Barcelona, que señala que existe un límite fisiológico para esa adaptación: “Cuanto más nos aproximamos a temperaturas ambiente cercanas a la temperatura corporal, de 35 o 36 grados, más eficacia van perdiendo los mecanismos que tiene nuestro cuerpo para termorregularse”. Más zonas verdes y los ventiladores de siempre Los expertos consultados destacan la importancia de los esfuerzos locales, nacionales e internacionales para reducir las concentraciones de gases de efecto invernadero, que podrían ayudar a disminuir los impactos del calentamiento nocturno sobre la pérdida de sueño en todo el mundo. También de las políticas para adaptar los entornos en que vivimos. “Adaptarse a estos desafíos requerirá transformar la manera en que construimos nuestras ciudades, diseñamos nuestros barrios y climatizamos nuestros hogares y dormitorios”, apunta al respecto Kelton Minor. Entre esas transformaciones, Minor señala la necesidad de dotar de verde los entornos urbanos, para reducir el efecto isla de calor que se produce en las ciudades, o la importancia de las ayudas institucionales para mejorar el aislamiento de los hogares y la climatización de los mismos. “Aunque la literatura científica al respecto es limitada, la evidencia sugiere que disponer de aire acondicionado puede compensar parcialmente —aunque no por completo— los efectos del calor extremo sobre el sueño. Sin embargo, dado que el aire acondicionado funciona con electricidad, también es importante que los sistemas energéticos locales avancen hacia fuentes de energía alternativas como la eólica, la solar o la hidroeléctrica, para evitar sustituir una habitación calurosa por un mundo aún más caliente”, subraya el investigador. Como alternativa al aire acondicionado, Carlos Egea señala al ventilador de aspas “de toda la vida”, que en los últimos años está viviendo un renacer con el apogeo de los ventiladores de techo: “Los ventiladores cambian la movilidad del aire por encima de la superficie corporal y al cambiar el aire, disminuye la temperatura y eso favorece, sin cambiar la temperatura de la habitación, que la temperatura corporal sea inferior”. Además de estas medidas, Xavier Basagaña recomienda por último otras de índole más individual que pueden ayudar a mejorar el sueño en mitad de una ola de calor, como hidratarse bien, darse una ducha refrescante —que no fría— antes de irse a la cama, no beber alcohol, no hacer cenas muy copiosas o no realizar ejercicio físico intenso a última hora de la tarde.

Dormir con altas temperaturas aumenta el riesgo de apnea, además de reducir el tiempo de sueño | Salud y bienestar
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