Un grupo de nueve investigadores —cinco de ellos de la policía científica española— ha presentado este lunes “la huella dactilar humana más antigua del mundo”, que los autores atribuyen al dedo de un hombre adulto neandertal que vivió hace unos 43.000 años en lo que hoy es Segovia. La huella está plasmada en un solitario punto rojo descubierto en un canto rodado. Los nueve firmantes especulan con que aquel individuo eligió la piedra porque parecía una cara humana, con dos ojos y una boca, así que la completó con una nariz circular elaborada con pigmento ocre. “Este canto podría representar una de las abstracciones de un rostro humano más antiguas conocidas”, afirman en su estudio. Otros expertos consultados son escépticos.El mayor organismo de ciencia de España, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha proclamado en un comunicado que “este hallazgo representa la evidencia más completa y antigua de una huella dactilar humana en el mundo, atribuida inequívocamente a los neandertales, destacando el uso deliberado del pigmento con propósitos simbólicos, lo que hace que esta pieza sea única y excepcional”. Un reputado especialista, que prefiere no dar su nombre, recalca que “un solo punto no puede ser sostenido como evidencia simbólica, necesitas un patrón recurrente para afirmarlo”. A su juicio, ese valor simbólico es “poco probable o casi improbable”, por lo que el estudio ha sido rechazado en varias revistas científicas antes de ser aceptado en Archaeological and Anthropological Sciences.Más informaciónEl canto rodado se descubrió en julio de 2022, durante la excavación del yacimiento arqueológico del Abrigo de San Lázaro, una oquedad rocosa en la orilla del río Eresma, en Segovia. Los autores sostienen que, según la datación del emplazamiento, esa piedra tuvo que ser “manipulada intencionadamente por los últimos neandertales de la península Ibérica, poco antes de su desaparición definitiva”. Entre los firmantes figuran el prehistoriador David Álvarez, de la Universidad Complutense de Madrid, y el geólogo Andrés Díez, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC).Hace siete años, una nueva datación de unas pinturas rupestres garabateadas en tres cuevas españolas reveló que se ejecutaron hace unos 65.000 años, más de 20.000 años antes de que los humanos modernos, los Homo sapiens, llegasen a la península Ibérica, así que los artistas solo pudieron ser neandertales. Los dibujos eran una mano en negativo elaborada hace al menos 66.700 años en la cueva de Maltravieso (Cáceres), un depósito mineral cubierto de pintura en una pared de la cueva de Ardales (Málaga) y un signo lineal, parecido a una escalera, esbozado hace al menos 64.800 años en la cueva de La Pasiega (Cantabria). Canto rodado con un punto rojo hallado en el Abrigo de San Lázaro, en Segovia.JCYLEl geólogo Andrés Díez opina que “más importante que la huella, que lo es, es que se puso en un objeto, no para usarlo como percutor o yunque, sino para crear la primera manifestación artística de la humanidad” de arte mobiliar, realizado en objetos portátiles, no en una pared rocosa. Los autores reconocen que “no se trata de la primera huella dactilar neandertal identificada”, ya que en 1963 se encontró una en resina en el yacimiento alemán de Königsaue, con una antigüedad de entre 43.000 y 80.000 años. La policía de Magdeburgo analizó la huella y llegó a la conclusión de que se hizo con el borde del pulgar de la mano. Roberto Ontañón, director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, aplaude el “considerable despliegue tecnológico” del nuevo estudio. “El problema es, a mi modo de ver, que a esa sólida base empírica no le corresponde una lectura de los datos igualmente rigurosa sino, más bien una combinación de apriorismos, analogías de mayor o menor validez y excesos interpretativos, en su afán por ratificar lo que, en efecto, es una hipótesis muy plausible pero, a mi modo de ver, no suficientemente validada como para considerarse una evidencia firme y, además, de la relevancia científica y patrimonial que se le atribuye”, opina.Ontañón es especialmente escéptico con la identificación de un supuesto rostro humano en la morfología del guijarro, que los autores hipotetizan basándose en la pareidolia, el fenómeno psicológico que hace percibir rostros en cualquier cosa, como dos mandarinas y un plátano. “Cabría entonces preguntarse si cabe achacar ese fenómeno al supuesto artista o más bien al observador. Otros casos similares han pasado a la bibliografía y, en su mayoría, han sido acogidos con escepticismo”, reflexiona. “El hallazgo en sí mismo, excelentemente analizado en su materialidad, reviste un indudable interés. El problema aparece cuando se le quiere revestir de un carácter de unicum (el más antiguo, el más singular) y se fuerza el argumento en apoyo de un propósito que se aleja del estrictamente científico”, añade.Para el hallazgo de la huella ha sido fundamental el trabajo de Samuel Miralles, un prestigioso experto en imagen forense de la policía científica española, que emplea cámaras modificadas por él mismo para fotografiar cosas que a simple vista no se ven. También han participado tres expertas en huellas dactilares y la antropóloga Elena Ruiz Mediavilla, especializada en huesos. Cuatro de los autores han presentado este lunes sus resultados en una rueda de prensa en Segovia con el alcalde de la ciudad, José Mazarías, y el consejero de Cultura, Gonzalo Santonja. “Este hallazgo no solo supone un hito en la investigación prehistórica europea, sino también una oportunidad invaluable para promover el patrimonio arqueológico de Castilla y León”, ha declarado la Junta de Castilla y León en un comunicado.El arqueólogo Javier Baena, de la Universidad Autónoma de Madrid, también felicita al equipo por sacar a la luz la huella, pero discrepa de sus conclusiones. “El hallazgo se sitúa en un rango cronológico complejo, en el que pudo haber coexistencia entre diferentes especies humanas. Un análisis de ADN sedimentario habría podido confirmar la presencia neandertal en el nivel donde se ha producido este interesante descubrimiento”, opina. “En el ámbito de la arqueología, tendemos a establecer una relación directa entre ciertas expresiones industriales (en este caso, musteriense) y especies humanas (en el estudio, neandertales), a pesar de no contar siempre con pruebas concluyentes que lo respalden”, añade.Baena cree que se trata sin duda “de un hallazgo singular”, analizado mediante “una metodología muy cuidada”, pero mantiene su escepticismo. “Asumiendo la autoría neandertal de la industria, resulta sorprendente comprobar cómo la expresividad simbólica de estos grupos en el occidente sigue siendo tan esquiva y difícil de interpretar. Es frecuente encontrar [pigmento] ocre en niveles asociados al musteriense, pero existen múltiples explicaciones —incluso estrictamente funcionales— para justificar su presencia”, subraya. “El hallazgo es sorprendente y muy interesante, y los autores han desarrollado un trabajo profesional. No obstante, la interpretación se mueve en un ámbito complejo y difícil de sostener sin pruebas concluyentes”, sentencia.El naturalista gibraltareño Clive Finlayson, uno de los mayores expertos del mundo en los neandertales, coincide en que no hay que atribuir automáticamente una determinada técnica de talla de piedra a una especie humana. “¿Tenemos la certeza de que el musteriense siempre se ha hecho por neandertales, especialmente en esos momentos? Probablemente sea así, pero hay dudas”, apunta el director del Museo Nacional de Gibraltar. “Es un resultado interesante, pero sufre de una extrapolación y una sobreinterpretación. Al final han encontrado una piedra un poco más grande que otras, con ocre, posiblemente con una huella dactilar y han hecho la arriesgada interpretación de que es una cara. Hay un rompecabezas de 5.000 piezas, tenemos tres piezas y queremos interpretar el cuadro completo”, zanja.

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